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Marineros practicando el joc maonès

Dos marineros se peleaban en el puerto y creaban una gran expectación a su alrededor.

¿Es una pelea? ¡Las mujeres lloran!

Pero los espectadores no deberían asustarse: la posición de las manos levantadas y la colocación de los pies podrían corresponder a la plantada, la posición básica de inicio en el joc maonès (juego maonés). Se trata de un tipo de combate que introdujeron los ingleses o los franceses en el puerto de Maó durante el siglo XVIII. Parecido a la savate francesa, este conjunto de técnicas incluye golpes, patadas y zancadillas, y se rige por un reglamento. Una tradición que se continúa practicando en Maó.

Hombre, pipa y espada

Un señor se encuentra muy distendido, fumando tabaco de pota (Nicotiana rustica) con pipa de mimbre, controlando las medidas del trigo. El barco tiene que cargar el grano para transportarlo a Barcelona, ¡qué negocio!

Es un burgués, por supuesto, ¡y cómo le gusta ir a la moda! Con calzones largos, chaqueta corta y camisa con chaleco y pañuelo, un precedente de la corbata. Pero no solo la ropa revela la clase social del personaje: ¡lleva un sombrero de copa y una espada! Con esta arma quiere demostrar su posición social, como lo hacen sus conocidos que también tienen almacenes en el puerto.

Chiquillo que pesca

Un niño que pesca, pero ¿lo hace por necesidad o es un entretenimiento? Los niños que trabajaban desde pequeños eran menestrales, campesinos o pescadores. A veces también buscaban maneras para ayudar a subsistir a la familia, y el pescado de roca que se capturaba en el puerto era muy sabroso. Y si, además, alguien les daba trabajo en los almacenes, ganaban unas monedillas. Cuando subían del puerto jugaban en la calle —porque había muchos juegos, como las canicas o la rayuela, y si no, ¡se los inventaban entre todos! Aun así, tenía tiempo de sobra porque no estaba obligado a ir a la escuela. Eso era cosa de señores.

Un franciscano preocupado

El fraile franciscano, de una familia menestrala, lo ha dejado todo para servir a la ciudad de Maó y hacer el voto de pobreza: su hábito y las humildes albarcas, como las de los campesinos, lo demuestran. Lleva el cordón franciscano atado a la cintura, cuyos cinco nudos representan los estigmas de Jesucristo causados por la crucifixión.

Pero parece preocupado: las noticias de la Península no eran buenas y era posible que su convento, el de Sant Francesc, en el acantilado arriba del puerto, pudiera ser desamortizado, y los frailes, expulsados. Los carmelitas también estaban intranquilos, porque ya había gente de Maó que los había amenazado de llevarse todos los muebles y ornamentos del convento del Carme.

Militar español de infantería

Al fin había tocado tierra. El barco con bandera española atracaba, el alcaide del Lazareto dijo que no había ninguna enfermedad contagiosa a bordo.

Y qué ganas de comer fruta fresca después de tantos días embarcado. Hay muchos militares y marineros uniformados y normalmente todos se conocen entre ellos. Pero aquel día, salvo los españoles, solo reconocía algún militar del ejército francés, por el bicornio.

El sargento de infantería tenía ganas de llegar al puerto de Maó, había mucho ambiente y... aguardiente. A él le gustaba lucir el uniforme de verano con los galones, y lo llevaba impecable: calzones blancos y sayo azul. Los zapatos muy pulcros, les hizo sacar el lustre en cuanto bajó del barco. Lo más incómodo era el chacó cogido debajo la barbilla, pero su llama y el pompón lo hacían visible desde la otra banda del puerto y se sentía orgulloso.

Plañidera

¡Qué disgusto que se pelee el amado marinero! Ella, que se había arreglado con su mejor traje, el que estaba tan a la moda, para ir a dar un paseo con las amigas.

Le gustaba mucho este traje porque era de estilo francés y le ceñía el cuerpo, y llevaba escote, pero era decente. ¡Y las mangas abullonadas tan en boga! Se había puesto las calcetas blancas, las nuevas, y los zapatos de tacón. El peinado se lo había hecho su hermana: se llevaba el cabello recogido en un moño, y no podía faltar el pañuelo de seda que le había regalado su madre.

Pla des Monestir
07701 - Maó (Menorca)
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